domingo, 20 de agosto de 2017

LA BAÑEZA Y SUS CARRERAS  URBANAS
Lo bueno de ser un jubileta activo y dinámico es que  pocas veces te da pereza  ponerte al volante de la furgo y agarrarte al manillar de la chopper y  marcarte un viajecito de  varios días
El viernes  en la tarde y  sin un plan  mejor, decidí escaparme a La Bañeza, una población  de la provincia de León, donde desde hace 58 años se celebran carreras de motos  clásicas en un circuito urbano,  algo casi desaparecido en nuestra geografía; así que pertrechado con todos los avíos me subí a la “viajera” y en  algo más de tres horas y media estaba aparcado junto a las vías abandonadas de Renfe,  cubiertas de óxido y de hierbas calcinadas por el sol de justicia que dominaba el espacio.
Hacía siglos que no pisaba esta ciudad, así que me dedique a recorrerla a pie, tratando de impregnarme del aire  ya caduco de las fiestas pasadas y del renovado ambiente de las incipientes carreras de motos clásicas.
Pocas motos, poco público a las 7 de la tarde en La Bañeza,  unas birritas en una terraza y a ver las mini motos que eran el preludio de lo que sucedería el sábado y el domingo.
Noche sin  pena ni gloria, y madrugada a las 7 de la mañana, aun los boxes estaban a medio montar,  paseo lento, caras de sueño,   niños jugando entre cajas de herramientas. “Manolín,  las 10-11 - .-mecánicos y pilotos afanados en recomponer  viejas glorias, que en unas horas iban a hacernos sentir como en los tiempos del malogrado Ángel Nieto o Giacomo Agostini.
Tazas de café, huevos fritos, lonchas de embutidos y refrescos mezclados sobre la mesa con bujías y destornilladores ; todo un mundo aparte para aquellos que no hemos vivido este experiencias.
La mañana avanza, el calor aprieta y los mecánicos siguen  devanándose  los sesos a ver como consiguen que  la abuelita moto saque unos caballejos más en la carrera. Sigo mirando, me absorbe ver a este hombre, mujeres y n9ños  vivir y tratar de dar vida a sus máquinas, todos cooperan, todos participan incluso los pequeños de 5 o 6 años andan revoloteando en torno a la gasolina los aceites y las llaves. Recorro casi todos los equipos y en cada uno me paro unos instantes, los inquilinos me miran y responde a las preguntas de novato sin levantar casi la vista de sus  quehaceres, son amables, responden a todo con respeto y siguen con  su tarea.
Entre pitos y flautas me  dan las dos de la tarde y  me voy a comer algo por el entorno, breve siesta y, de nuevo a los boxes, a  ver culminas las obras de ingeniería de estas gentes, que no se mueven por el dinero, sino por la ilusión de salir a rodar en una carrera y sentir el cálido aplauso de los aficionados allí congregados. Aquí poco puede ganarse, todo lo contrario, creo que sus ahorros van al pozo sin fondo que es una Laverda.  Una Sanglas 400, o una Montesa impala.
Toda una tarde de 3,30, a casi las 9 de la noche de entrenamientos, mangas, más mangas, más entradas a  boxes, más tornillos apretados, mas ajustes,  mas ilusiones puestas en las carreras del domingo,  mas vida en definitiva. Rugir de motores, monos colgados de un clavo, botas desgastadas, olor a  gasolina y a  aceite de ricino, humo azulado saliendo de los tubos de escape, decibelios por doquier.  Mundo de la moto en estado puro.
Jornada finalizada,  un bocata dos cervezas sin albohol y nuevo paseo por las terrazas hasta las 11 de la noche un gin tonic y a hacer seda en la furgoneta hasta por la mañana.
Como calcado del día anterior retorno am los recintos donde se preparan las máquinas y  ver las caras de ilusión de los pilotos, de los mecánicos de las familias te reconcilia con  el género humano. Más apretones de tuercas más cambio de pastillas más tensiones de cables, más afinamiento de motores, más público, más curiosos, más vida por metro cuadrado.
Tenderetes, camisetas gorras, glorias y viejas glorias del motociclismo español aparecen, selfis y mas selfis, cansancio,  caras con sonrisas forzadas,  ilusiones cumplidas, nuestra imagen  con nuestro  piloto de turno  plasmadas en un puñado de píxeles.
Saludo a los hijos de Nieto, les doy el pésame por la muerte de su padre  pero no me hago fotos. Veo a Alzamora brujuleando y firmando autógrafos, cruzamos 4 palabras y tampoco hay selfi.  
Las carreras se desenvuelven como estaba previsto, mucho público, mucha afición, muchísima aglomeración en os puntos clave, mucho civismo, y una población autóctona con ganas de agradar en cada momento.

Todo termina, unos bocatas generosos,  unas risas entre amigos  meseperos y  con los tímpanos a punto de reventar y la nariz cargada de gasolina y acetite mal quemada regreso a casa  satisfecho de un excelente fin de semana

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