LA BAÑEZA Y SUS
CARRERAS URBANAS
Lo bueno de ser un jubileta activo y dinámico es que pocas veces te da pereza ponerte al volante de la furgo y agarrarte al
manillar de la chopper y marcarte un viajecito
de varios días
El viernes en la tarde y sin un plan
mejor, decidí escaparme a La Bañeza, una población de la provincia de León, donde desde hace 58
años se celebran carreras de motos clásicas
en un circuito urbano, algo casi desaparecido
en nuestra geografía; así que pertrechado con todos los avíos me subí a la “viajera”
y en algo más de tres horas y media
estaba aparcado junto a las vías abandonadas de Renfe, cubiertas de óxido y de hierbas calcinadas
por el sol de justicia que dominaba el espacio.
Hacía siglos que no pisaba esta ciudad, así que me dedique a recorrerla
a pie, tratando de impregnarme del aire ya caduco de las fiestas pasadas y del
renovado ambiente de las incipientes carreras de motos clásicas.
Pocas motos, poco público a las 7 de la tarde en La Bañeza, unas birritas en una terraza y a ver las mini
motos que eran el preludio de lo que sucedería el sábado y el domingo.
Noche sin pena ni gloria, y
madrugada a las 7 de la mañana, aun los boxes estaban a medio montar, paseo lento, caras de sueño, niños
jugando entre cajas de herramientas. “Manolín,
las 10-11 - .-mecánicos y pilotos afanados en recomponer viejas glorias, que en unas horas iban a
hacernos sentir como en los tiempos del malogrado Ángel Nieto o Giacomo Agostini.
Tazas de café, huevos fritos, lonchas de embutidos y refrescos
mezclados sobre la mesa con bujías y destornilladores ; todo un mundo aparte
para aquellos que no hemos vivido este experiencias.
La mañana avanza, el calor aprieta y los mecánicos siguen devanándose los sesos a ver como consiguen que la abuelita moto saque unos caballejos más en
la carrera. Sigo mirando, me absorbe ver a este hombre, mujeres y n9ños vivir y tratar de dar vida a sus máquinas,
todos cooperan, todos participan incluso los pequeños de 5 o 6 años andan revoloteando
en torno a la gasolina los aceites y las llaves. Recorro casi todos los equipos
y en cada uno me paro unos instantes, los inquilinos me miran y responde a las preguntas
de novato sin levantar casi la vista de sus
quehaceres, son amables, responden a todo con respeto y siguen con su tarea.
Entre pitos y flautas me dan las
dos de la tarde y me voy a comer algo por
el entorno, breve siesta y, de nuevo a los boxes, a ver culminas las obras de ingeniería de estas
gentes, que no se mueven por el dinero, sino por la ilusión de salir a rodar en
una carrera y sentir el cálido aplauso de los aficionados allí congregados. Aquí
poco puede ganarse, todo lo contrario, creo que sus ahorros van al pozo sin
fondo que es una Laverda. Una Sanglas
400, o una Montesa impala.
Toda una tarde de 3,30, a casi las 9 de la noche de entrenamientos,
mangas, más mangas, más entradas a
boxes, más tornillos apretados, mas ajustes, mas ilusiones puestas en las carreras del
domingo, mas vida en definitiva. Rugir
de motores, monos colgados de un clavo, botas desgastadas, olor a gasolina y a
aceite de ricino, humo azulado saliendo de los tubos de escape,
decibelios por doquier. Mundo de la moto
en estado puro.
Jornada finalizada, un bocata dos
cervezas sin albohol y nuevo paseo por las terrazas hasta las 11 de la noche un
gin tonic y a hacer seda en la furgoneta hasta por la mañana.
Como calcado del día anterior retorno am los recintos donde se preparan
las máquinas y ver las caras de ilusión de
los pilotos, de los mecánicos de las familias te reconcilia con el género humano. Más apretones de tuercas más
cambio de pastillas más tensiones de cables, más afinamiento de motores, más público,
más curiosos, más vida por metro cuadrado.
Tenderetes, camisetas gorras, glorias y viejas glorias del motociclismo
español aparecen, selfis y mas selfis, cansancio, caras con sonrisas forzadas, ilusiones cumplidas, nuestra imagen con nuestro
piloto de turno plasmadas en un
puñado de píxeles.
Saludo a los hijos de Nieto, les doy el pésame por la muerte de su
padre pero no me hago fotos. Veo a
Alzamora brujuleando y firmando autógrafos, cruzamos 4 palabras y tampoco hay
selfi.
Las carreras se desenvuelven como estaba previsto, mucho público, mucha
afición, muchísima aglomeración en os puntos clave, mucho civismo, y una población
autóctona con ganas de agradar en cada momento.
Todo termina, unos bocatas generosos,
unas risas entre amigos meseperos
y con los tímpanos a punto de reventar y
la nariz cargada de gasolina y acetite mal quemada regreso a casa satisfecho de un excelente fin de semana
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